jueves, 19 de abril de 2012

Las batallitas de Dulce

Nombre: Dulce Nombre de María (valga la redundancia.)

Edad: 83 años.

Profesión: Actualmente inactiva (Já, que os lo creéis ustedes.) Trabajó en Sevilla como sirvienta en el barrio de Triana hasta que un apuesto y delgaducho caballero la pretendió y Dulce se mudo al pequeño pueblo de El Repilado.

Hobbies: Persona totalmente adicta a la TV sobre todo lo relacionado con series, novelas, "penículas" (así lo dice ella), etc. Le encanta hacer zapping, y eso en ocasiones desespera a mi padre. Cantar, mejor dicho tatarear canciones de su época y las propias que ella compone (son para escucharlas)
Adicta también a la lectura podría decir que se bebe los libros, su mayor hobby: viajar. (¿A quién iba a salir yo si no?)

No se cuantas veces mi hermano y yo hemos contado batallitas sobre nuestra abuela (por cierto Dulce es nuestra abuela) pero es que cada vez que las contamos la gente no para de reír, incluso si las hemos repetido una y otra vez... Nuestros amigos no se cansan de escucharlas y nosotros mucho menos de contarlas.

Como aquella tarde de verano en la que mi hermano y yo jugábamos al pilla pilla en mi casa. Mi abuela no se cansaba de decirnos, bueno chillarnos, que nos estuviéramos quieto.
-Santiago, Rosamari, que sea la ultima vez que os lo tenga que repetir, iros a la calle a pegarle cuatro pedos a una lata. (Ella lo decía así: "iros a la calle a pegarle cuatro peos a una lata")
Pero claro, mi hermano y yo ni caso... y una y otra vez mi abuela decía:
-Ay, ay los niños, veras como al final cobran...
Cierto, al final cobramos. ¿De qué manera? (esto es lo más divertido)
Mi antigua casa tenía un salón inmenso que se comunicaba con el comedor y al final del comedor una gran mesa y justo detrás de la mesa una especie de mesa-cómoda, adornada con fotos y jarrones.
Cuando ya mi abuela lo repitió por ultima vez que nos estuviéramos quietos y sin ver resultado, cogió lo primero que tenía a mano, mi comba de saltar. Colorida, de cuerda gruesa y dura y en los extremos dos mangos de metal. A cual Cowboy (en este caso Cowgirl) agarró la comba por uno de los extremos y el resto se lo lió en el brazo, mi hermano y yo atemorizados nos escondimos entre la gran mesa del fondo del comedor y la especie de mesa-cómoda, allá que fue ella en busca de nosotros. Su primer ataque, desenrollándose la comba del brazo y aún agarrando uno de los extremos la lanzó por encima de la mesa (aquello parecía la lengua de un camaleón intentando cazar una mosca.) Primer intento: fallido. Pero ella no desistió hasta escuchar el llanto de uno de nosotros, que obviamente no fue llanto de dolor, sino todo lo contrario. Nos teníais que haber visto a mi hermano escondido debajo de la mesa y yo entre las sillas y cada vez que veíamos a esa mujer lanzar al aire la comba, explotábamos de la risa.
Al final si que lloramos y bien, porque en uno de los intentos de pretender ser toda una Cowgirl, le dio a uno de los jarrones, el cual fue a parar al suelo rompiéndose en mil pedazos. Entonces fue cuando mi hermano y yo pasamos de la risa al llanto en dos segundos, al saber la que nos iba a caer. Y nos cayó, vaya que si nos cayó....




1 comentario:

  1. jajajajaja, tienes que contar más historias de tu abuela, que voy a decir yo si es mi tía jejeje. Pero di la verdad, te llama rosamari (así, todo junto) jajajaja. Que arte!!

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